jueves, 11 de agosto de 2011

Anticristo (2009), de Lars Von Trier


Naturaleza muerta

Caracterizar a este film como polémico o transgresor resulta, en este punto, un lugar común. Asimismo, si únicamente consideramos este adjetivo, resultaría imposible diferenciar a la última producción de Von Trier de las anteriores, que comparten la categoría.
Desde su primer film, dentro del Dogma 95, Los Idiotas, Lars Von Trier se propuso realizar un cine que escapara al marco del cine comercial que dominaba las carteleras de las salas… y lo ha logrado con cada una de sus producciones.
Trabajando incluso dentro de géneros tan consolidados como son el musical (Dancer in the Dark) o la comedia (El jefe de todo), él supo incluir recursos que los distorsionan, generando siempre una sensación de extrañamiento en el espectador.

Anticristo ha sido catalogada dentro del género terror, aunque parecería más correcto hablar de temor al referirse a la película. Von Trier traza un recorrido segmentado en tres capítulos, un prólogo y un epílogo, donde propone explorar las facetas y la naturaleza de aquél sentimiento.
El miedo es uno de los temas centrales que se desarrollan dentro del film. Una mujer (Charlotte Gainsbourg), luego de perder a su hijo, experimenta un gran sentimiento de culpa y temor que le impide proseguir con su cotidianeidad. Su marido (Willem Dafoe), terapeuta, la convence de participar en su terapia y superar aquellas dificultades. Para él, el miedo, la ansiedad y la tristeza, no son problemas o anormalidades que necesitan eliminarse, sino etapas del desarrollo emocional que deben ser enfrentadas. Como consecuencia, deciden internarse en el jardín Edén, y desafiar el peor miedo de ella: la naturaleza. Sin embargo, la naturaleza a la que ella teme no es la que los rodea, sino la propia: la naturaleza del hombre, o, más particularmente, la mujer. La naturaleza femenina se muestra gobernada por los ciclos de la naturaleza, totalmente irracional y perversa.

Es un film complicado de digerir, porque nos enfrenta a escenas traumáticas y despierta en nosotros sensaciones que preferimos se mantengan ocultas. El espectador se encuentra obligado a explorar lo que suscita el horror y el miedo en él. En este caso, el terror no se encuentra fuera de nosotros, encarnado en un asesino serial, una aparición sobrenatural o un demente, sino dentro de nosotros mismos. Las crudas escenas de violencia no parecen vanas si entendemos que excitan en nosotros una sensibilidad y repulsión generalmente ahogadas.
El film no se erige como insulto a la esencia femenina. La explicación que el argumento sostiene puede considerarse una simple interpretación o pretexto para desarrollar algo más profundo y atemorizante, como lo es el estudio de nuestra esencia. De manera análoga podemos considerar el trabajo de Stanley Kubrick, El resplandor como otro ejercicio exploratorio, justificado a partir de otra historia (o pretexto). Por ese motivo, puede entenderse como un ejercicio de reflexión existencial, sobre el hombre, su esencia y su materia.

La angustia es experimentada por el espectador al presenciar las escenas que de-muestran aquello que más nos aterra, el demonio que se encuentra dentro nuestro, en estado latente, dispuesto a despertarse en cualquier momento.

miércoles, 10 de agosto de 2011

Cloverfield (2008), de Matt Reeves


 Y ahora...¿quién podrá defendernos?

El film puede considerarse dentro del género de cine de monstruos (Godzilla, The Host). Sin embargo, desarrolla con mayor solidez el suspense que el terror. La historia se es narrada a través del video casero que comienza a grabar uno de los personajes y culmina resultando el único documento de la catástrofe. El uso de la cámara en mano resulta un recurso muy dúctil y versátil, si es bien utilizado. Por un lado, logra despojar al texto de cierta artificialidad, mostrado una imagen y sonido crudo. Por otro, se construye como símil documental, dotando a la imagen de mayor credibilidad y capturando al público desde un lugar más cercano. A través de esta subjetiva constante, el espectador se sitúa dentro de la diégesis, como un participante más de la trama; un testigo privilegiado.

Asimismo, este recurso construye una relación muy dinámica entre campo/fuera de campo. El espectador únicamente observa un cuadro muy reducido, limitado por el marco de la cámara, siendo presa de la angustia que genera desconocer lo que sucede en los márgenes. A partir del sonido off se acrecienta la tensión, al sugerir una situación de crisis que no podemos conocer en su totalidad.

La presentación del monstruo contribuye a consolidar el suspenso, al mostrarse a partir de capturas parciales y reducidas, mutilado por los límites del cuadro. La inquietud y desesperación procede de no poder conocerlo en su total inmensidad, ni advertir la amenaza que ofrece. Por otro lado, es preferible mostrar poco y bien, a mostrar demasiado de forma rudimentaria o ridícula.
Son bienvenidos algunos aspectos que escapan al cliché, como la muerte prematura de un personaje que por su aspecto y personalidad podría resultar el héroe de otra producción taquillera o el rechazo del happy ending.

En conclusión, el film logra su objetivo: genera tensión y temor en el espectador, que comparte la impotencia y desesperación de los personajes.

Blue Velvet (1986), de David Lynch


El lado oculto de lo cotidiano

I'm seeing something that was always hidden.
I'm in the middle of a mystery and it's all secret
(Jeffrey)

Describir, aunque sintéticamente, el argumento de este film parece no ser necesario; puesto que lo más interesante de la producción del norteamericano David Lynch no sucede allí, sino que estriba en la vivencia de su espectador. El sentimiento de malestar, frustración y desesperación que experimentamos nos pone a prueba y nos enfrenta a los códigos de expectación que el cine clásico narrativo ha instalado en nuestras mentes.
Precisamente por ese motivo, es un autor que se presta con placer a las interpretaciones que cada uno decida construir. Nos alienta a completar los vacios; a colmar el hiato que se inscribe entre nosotros y la obra. Pone en evidencia el carácter artificial de toda ficción cinematográfica al negar la transparencia narrativa, al contraponerle un relato completamente opaco.

Blue Velvet puede leerse desde el inicio a partir del concepto freudiano de lo siniestro (unhemlich). El médico austríaco lo definió como la transformación de lo conocido y familiar (hemlich) en algo extraño y atemorizante. De esta misma forma, en la secuencia inicial del film descubrimos un pueblo típicamente (norte) americano, poblado de casas bajas de colores, habitado por gente risueña y agradable; una imagen familiar y complaciente. Sin embargo, a partir de pequeños elementos, que en principio permanecían ocultos, descubrimos una faceta no tan encantadora y cálida. Lo invisible comienza a manifestarse y ocupar lugar dentro de la banda de sonido (el ruido de la manguera y el crujido irritante de los insectos masticando las hojas, toman el protagonismo) y en la imagen (nos sumergimos, literalmente, en la grama para descubrir lo que permanecía fuera de nuestro visión). De esta manera, el espectador cruza el umbral de lo confortable, para explorar la incomodidad que lo acosará a lo largo de todo el film.
En la secuencia siguiente conocemos a Jeffrey (Kyle MacLachlan), un joven, aparentemente, “típico”, que será expulsado de la realidad habitual a partir de un gesto, un elemento que lo conduce a lo desconocido. El gesto que abre la brecha entre lo familiar y lo siniestro, en este caso, se representa en una oreja; ella se torna objeto significante de lo extraño, al ser removida de la estructura que le presta sentido, el cuerpo. Encarna, asimismo, el camino sinuoso y laberíntico en el que Jeffrey y nosotros nos introduciremos a continuación.
Definitivamente, el pueblo no es tan bello y amable como aparentaba, puesto que al margen del suburbio los edificios derruidos y las fábricas se alzan entre la mugre y la desidia. Allí, en lo oculto, habitan personajes siniestros y perdidos, como Frank Booth (Dennis Hopper) y Dorothy Vallens (Isabella Rossellini). Jeffrey cruza la frontera de lo familiar, se sumerge en la sordidez que aparece en esta arista ignorada. Él se encuentra atraído por el universo inquietante que se despliega ante sus ojos; se halla “en el medio de un misterio”. Mientras que su madre y su tía, representantes de lo cotidiano y familiar, disfrutan de observar el misterio y el peligro a partir del confort de su hogar y la televisión (viendo films de suspenso), él se interna directamente, poniendo su cuerpo frente a lo desconocido.

También se contraponen el día y la noche; la luminosidad y la oscuridad representan la cara visible, buena y edulcorada frente a la oculta, amenazadora y perversa. La sentencia en boca de Frank “ahora oscureció” (“now it's dark”) para anunciar la locura, y el sueño de Sandy (Laura Dern) donde la oscuridad representa la tristeza en el mundo (“and the world was dark because there weren't any robins and the robins represented love”) se complementan con los fundidos en negro que cierran las secuencias nocturnas, invadidas de personajes extraños que no pueden identificarse dentro de la ley que establece lo “normal”. Dorothy, Frank y sus amigos, son figuras que se ubican al margen de la lógica cultural del pueblo. Están fuera de la esfera de lo correcto y fuera de la ley.
Contrariamente la jornada soleada despliega un ambiente tranquilizador, habitado por jóvenes y adultos que encarnan la tradición del modo de vida americano.
Sin embargo, lo interesante resulta de la combinación de ambos universos; al observar cómo actúan aquellos sujetos que traspasan la frontera. Jeffrey escapa a la norma al ingresar ilegalmente a la vivienda de Dorothy. Esta alcanza salir de su condena para encarnar una madre cariñosa, que juega con su hijo en el parque. De esta forma, encontramos personajes que escapan a la convención y la estereotipia superficial.


Finalmente, el misterio es resuelto, la oscuridad es desbaratada por el sol y los petirrojos; las flores brillan y los personajes sonríen. Logramos escapar de la oreja que nos atrapó en el comienzo. Lo sombrío es sustituido por el optimismo que abunda en la secuencia final.
Sin embargo, el espectador no puede eliminar de sí mismo la turbación y desazón con la rapidez del disparo de una bala… comprendemos que aquél mundo no ha desaparecido y que acecha la cotidianeidad, bajo la máscara de la perfección.

“I guess it means that there is trouble until the robins come”