lunes, 5 de diciembre de 2011

Las acacias (2010), de Pablo Giorgelli


Por la carretera

El título del film refiere a una especie de árboles; árboles que son talados, desenterrados, y trasladados para su comercialización. Son estos los que Rubén transporta en su camión, desde Asunción a Buenos Aires. Este hombre de rasgos tristes e historias que dejan marcas en sus surcos y cicatrices, sufre el mismo circuito: desarraigado, transita por las rutas, trabajando, vendiéndose. Fuma y maneja; solo y solo… hasta que aparecen Jacinta y su beba, Anahí, en su camión – anagrama de otra palabra adecuada: camino. Ellas también repiten el recorrido signado por el destierro y el tránsito; conducidas por el Scania, como las Acacias; como Rubén.

Esta road movie recorre, no sólo las rutas argentinas, sino también las vidas e identidades de estos personajes, tan humanos y cálidos, como solitarios. Se desentiende de grandes núcleos dramáticos y de acciones grandilocuentes, para crecer en encuadres cerrados, casi claustrofóbicos, cercados por la cabina del vehículo. Sólo se entrometen el camino y sus paisajes, a través del “sub” encuadre prestado por el espejo retrovisor.
El silencio nos permite apreciar la soledad que, poco a poco, es quebrada por las palabras que establecen pequeños diálogos sobre temas banales, como el trabajo, hasta alcanzar otros profundos y dolorosos, como la paternidad y el abandono. Sin embargo, nada de la historia personal de los protagonistas se explicita; lo interpretamos en sus miradas, sus gestos y sus silencios. Los acompañamos mientras ellos se acompañan… mientras Rubén alcanza a desmoronar - a talar - su indiferencia, egoísmo y disgusto, para permitirse aflorar sentimientos genuinos, como el cariño y la simpatía por un otro que creía ajeno, pero que descubre compañero. 

La ópera prima de Pablo Giorgelli nos ofrece un respiro necesario a la cartelera acartonada, al narrar una historia pequeña y emotiva, encarnada en rostros desmaquillados, reales, acentos despojados de artificiosidad y paisajes privados de pintoresquismos.
Creemos en Rubén; en sus temores, su soledad, su timidez. Asimismo, nos identificamos con Jacinta; con esa mujer que llora en silencio, pero que afronta la adversidad con una sonrisa. Finalmente, imposible no creer en la pequeña Anahí; en sus risas, sus llantos y bostezos, que alcanzan a llenar al vació que separa a los adultos, permitiendo el contacto permanente.

Se trata de un film sencillo y conmovedor, que nos alcanza por la naturalidad y franqueza de su relato; por sus cuadros calculados, pero no por ello menos vibrantes; por sus silencios, que alcanzan a sonar como melodías musicales en los entornos campestres y naturales, que tememos queden lejos de la ciudad a la que arriban.

Sin embargo, aquél viaje ha generado una complicidad entre ellos - los tres - que Rubén niega abandonar. Anticipamos un nuevo viaje, a Catamarca esta vez, que nos permita contemplar junto a los protagonistas los bellos y serpenteantes senderos que los enmarcan.