martes, 28 de febrero de 2012

Hugo (2011), de Martin Scorsese

El ilusionista

"Come and dream with me..."


Martin Scorsese es un verdadero cinéfilo; un romántico de la magia y fantasía del cine. Se fascina como un niño, gozando al narrar sus historias.

Quizá por eso se encarna con tanta eficacia en la mirada de Hugo (Asa Butterfield), un joven cuyo propósito en la vida consiste en reparar artefactos dañados, mecanismos de relojería que deben remendarse para funcionar armónicamente dentro del engranaje de la mayor maquinaria: la vida en sociedad.
Sin embargo, existen eslabones sueltos, imposibles de amalgamarse hasta encontrar la pieza necesaria para funcionar correctamente.

Hugo, es uno de ellos. Solo en el mundo, mitigando su absoluta soledad a partir de la compañía de un autómata, descubre la dicha al conocer a Isabelle (Chloë Grace Moretz), una niña culta y aventurera.
Nos identificamos con estas criaturas dickensianas, cuyas fantasías y esperanzas se resisten a desvanecerse en un mundo que les da la espalda y pisotea. Son ellos quienes mejor representan la mirada del espectador de cine –al menos, el espectador cinematográfico “ideal”-; una percepción ávida de imágenes fascinantes, provenientes de imaginarios majestuosos y complejos, habitados por todo tipo de seres increíbles, pero verosímiles.

Ese es el terreno de Georges Méliès, el ultra prolífico –su filmografía supera los quinientos films- realizador francés, hacedor de sueños, que dio vida a un universo fantástico que aun continúa encantando al público, hechizándolo y asombrándolo hasta el final.
Por esto, Papa Georges transita tan cómodamente en aquél territorio scorsesiano; por ello es que, también, sus artilugios cobran vida.
Hugo y Papa Georges (Ben Kingsley) pueden homologarse a la figura del autómata, puesto que, al igual que aquél, carecen de “corazón”; la soledad los atrofia y necesitan de “otro” para enmendarse; para activar su motor; para fantasear una vez más –al igual que el arte cinematográfico sólo funciona con la presencia del espectador, un “otro” dispuesto a soñar junto con la imagen proyectada en la pantalla-.

Scorsese realiza su homenaje a Georges Méliès a partir de una narración tierna, colmada de romanticismo y calidez. Recupera el encanto de los orígenes del cine, reproduciendo, incluso, escenas clásicas –como el descarrilamiento del tren en la estación-, desmontando trucos primigenios y despertando la nostalgia de un espectador quizá un poco embotado por la ausencia de la magia originaria.

Deposita un ojo en el pasado, retomando con añoranza aquel universo primitivo, sin perder de vista, con el otro, la actualidad de la disciplina y sus recursos. Los fusiona con maestría y genialidad de un relato sólido y complejo, que emociona hasta las lágrimas a los románticos empedernidos del séptimo arte.

"...you've tried to forget the past for so long, but it has caused you nothing but unhappiness. Maybe it's time you tried to remember."

viernes, 3 de febrero de 2012

Cave of Forgotten Dreams (2010), de Werner Werzog


El origen

Werner Herzog continúa su producción documental para ofrecernos esta bellísima reflexión sobre el hombre, la memoria y nuestra identidad.


Utilizando como punto de partida el hallazgo de una cueva que contenía impresionantes creaciones humanas, que databan de treinta mil años A.C., el alemán discurre sobre la memoria ancestral y primordial del hombre. Al igual que Alain Resnais en Nuit et brouillard (1965), Herzog apunta a la memoria común del ser humano, nuestro pasado e historia, a través de un relato poético que anima y vivifica un espacio poblado de huellas, fantasías y vestigios de la antigüedad.
Herzog nos encanta a partir de la magia de las imágenes y relatos que ofrece. Nos invita a ingresar a un mundo fantástico y, tras cruzar el umbral natural que el arco representa, abrir nuestra mente para abandonar la cosmovisión imperante y abrazar una perspectiva holista que nos permita comprender y reconocer(nos) en las imágenes, grabados y escrituras el deseo de expresión que nos hermana con nuestros antepasados.
La cámara, el equipo de filmación y los investigadores nos acompañan. No pueden ocultarse –aunque quisieran-, poniendo en evidencia el artificio y la construcción del relato. No por ello deja de fascinarnos y encantarnos. No por ello nos distanciamos.
Recorremos junto a ellos aquel territorio mágico, para interpretar la vida, costumbres y cultura de los hombres que una vez soñaron y vibraron entre las sombras.

Se trata de un documental que se aleja del modelo explicativo, puesto que genera más interrogantes que los que devela. Herzog, lejos de encarnar la voz de Dios (típica del documental tradicional) toma el lugar del hombre moderno fascinado, al igual que los espectadores, por la creación humana y los misterios que la rodean. Imagina múltiples escenarios sobre lo acontecido e incluso se arriesga a conjeturar el porvenir, aplicando la lógica de la transformación y permeabilidad –matrices de la cultura ancestral- entre los seres vivos; entre el hombre y los animales; dentro de la naturaleza.

Retornamos al origen, olvidando, solo por un rato, el largo camino que hemos recorrido desde entonces.
Los latidos nos rodean y cobijan; se confunden con los propios; se acoplan a los de otro. Esa ubicuidad ¿representa la hermandad de la humanidad o la soledad propia de la era contemporánea?

Cada espectador deberá indagar en la profundidad de sí mismo para resolverlo.