miércoles, 5 de octubre de 2011

El significado del amor (2011), de Michel Leclerc




Lo esencial es invisible a los nombres

El título original del film presta mayor sentido a la narración, que su distorsionada traducción. “El nombre de las personas” es el punto de partida – y llegada- de esta historia amorosa que se desarrolla entre Arthur y Baya.

El filme comienza con la presentación de sus protagonistas, comprendiendo un breve recuento de su génesis (historia de ancestros incluida), su infancia y adolescencia.
Se trata de personalidades opuestas cuyos nombres identifican y construyen. Baya Behmahmoud (Sara Forestier) es una joven extrovertida, alegre, liberal e irreverente; tan singular y única, en el entorno afrancesado, como su propio nombre. Arthur Martin (Jacques Gamblin), en cambio, posee un nombre extremadamente común, como creemos que es él; un hombre igual de normal que su nombre.
Abreviando: se encuentran; se conocen; se gustan; y comienzan a enamorarse (a pesar de las enormes diferencias que los separan).
A partir de lo dicho, podemos identificar al film como una comedia romántica a la francesa, que tiene aciertos y errores. La química que se construye entre los personajes es simpática, atrevida y, por momentos, verdaderamente funciona. Sus diferencias los empujan a un camino de idas y vueltas, de encuentros, aceptaciones y partidas. Sin embargo, el contraste entre ambos se atenúa, porque Arthur no era el ciudadano conservador, lineal y simple que Baya y nosotros esperábamos; se trata de un sujeto más complejo e interesante. Sin embargo, es el personaje de Forestier el que no logra escapar del cliché y el estereotipo. La sobre-exageración de sus cualidades desembocan, en muchas ocasiones, en lo inverosímil absoluto - es tan liberal y relajada que hasta olvida vestirse antes de salir de casa! Baya es una suma de lugares comunes sobre lo que se supone es una mujer liberal, espontánea y moderna.

Sin embargo, lo más interesante del film no estriba en la historia de amor entre estos personajes, sino en la construcción de un discurso sobre la historia y la identidad francesa en sí misma. Arthur y Baya son símbolos de la sociedad contemporánea de su país; la encarnan a partir de sus contradicciones, temores y prejuicios.
Arthur escapa al pasado de su familia: sus abuelos maternos fueron asesinados en Auschwitz. Su madre lo mantuvo oculto toda su vida, junto con su apellido, con el deseo de transformarse en una persona nueva, ajena a esa herencia; una más dentro de la sociedad. Al escoger el nombre Arthur Martin – un nombre que no parece propio, al ser compartido por tantos- lo que sus padres deseaban era borrar la huella de su tradición, transformándolo en un individuo común, “igual a los demás”; extraño a la violencia francesa. Es por ello que Arthur evade el tema continuamente, alejándolo aún más de su vida.
La historia de Baya expone, igualmente, una etapa sangrienta de Francia. Su padre, inmigrante argelino, representa no sólo la indiferencia y marginación que los extranjeros sufren en la sociedad francesa actual, sino también, el resultado de la violencia ejercida por aquella nación sobre otros territorios. La diferencia es que ella carga con su historia, haciéndose cargo y peleando por ella.
La historia personal y nacional se funden y relacionan. El pasado de ambos está signado por el exterminio en mano de los franceses, como Baya señala. Las grandes masacres son puestas en foco, para señalar a los ciudadanos la importancia de recordarlas y hacerse cargo de ellas. La película muestra la necesidad de recuperar la memoria, de honrar a los muertos a partir del recuerdo y el orgullo. Baya y Arthur encuentran la “felicidad” al superar los núcleos traumáticos de su pasado; superando, a la vez, las categorías y diferencias que se establecen con los nombres. Michel Leclerc nos interpela, para señalar la necesidad de superar las divergencias, que únicamente entrañan violencia y prejuicio, con el fin de reencontrarse a uno mismo en todos los otros; puesto que, en el fondo, no estamos determinados. Así, Baya y Arthur tenían en común bastante más de lo que creían.

Lamentablemente, esta cuestión se pierde y ocupa un espacio secundario, opacado por las aventuras y desventuras amorosas de los protagonistas. Sin embargo, podemos destacarlo y recatarlo, entre tanta cursilería y lugar común del género. El film nos lleva a preguntarnos cómo se construye una identidad nacional a partir del olvido de sus masacres; cómo se borra las huellas de sangre de sus manos. Los protagonistas se hacen cargo de la dialéctica entre pasado y presente, demostrando la importancia de reconocer y aceptar la diversidad de tradiciones, historias personales y familiares, para lograr aceptarnos a nosotros mismos.