miércoles, 10 de agosto de 2011

Blue Velvet (1986), de David Lynch


El lado oculto de lo cotidiano

I'm seeing something that was always hidden.
I'm in the middle of a mystery and it's all secret
(Jeffrey)

Describir, aunque sintéticamente, el argumento de este film parece no ser necesario; puesto que lo más interesante de la producción del norteamericano David Lynch no sucede allí, sino que estriba en la vivencia de su espectador. El sentimiento de malestar, frustración y desesperación que experimentamos nos pone a prueba y nos enfrenta a los códigos de expectación que el cine clásico narrativo ha instalado en nuestras mentes.
Precisamente por ese motivo, es un autor que se presta con placer a las interpretaciones que cada uno decida construir. Nos alienta a completar los vacios; a colmar el hiato que se inscribe entre nosotros y la obra. Pone en evidencia el carácter artificial de toda ficción cinematográfica al negar la transparencia narrativa, al contraponerle un relato completamente opaco.

Blue Velvet puede leerse desde el inicio a partir del concepto freudiano de lo siniestro (unhemlich). El médico austríaco lo definió como la transformación de lo conocido y familiar (hemlich) en algo extraño y atemorizante. De esta misma forma, en la secuencia inicial del film descubrimos un pueblo típicamente (norte) americano, poblado de casas bajas de colores, habitado por gente risueña y agradable; una imagen familiar y complaciente. Sin embargo, a partir de pequeños elementos, que en principio permanecían ocultos, descubrimos una faceta no tan encantadora y cálida. Lo invisible comienza a manifestarse y ocupar lugar dentro de la banda de sonido (el ruido de la manguera y el crujido irritante de los insectos masticando las hojas, toman el protagonismo) y en la imagen (nos sumergimos, literalmente, en la grama para descubrir lo que permanecía fuera de nuestro visión). De esta manera, el espectador cruza el umbral de lo confortable, para explorar la incomodidad que lo acosará a lo largo de todo el film.
En la secuencia siguiente conocemos a Jeffrey (Kyle MacLachlan), un joven, aparentemente, “típico”, que será expulsado de la realidad habitual a partir de un gesto, un elemento que lo conduce a lo desconocido. El gesto que abre la brecha entre lo familiar y lo siniestro, en este caso, se representa en una oreja; ella se torna objeto significante de lo extraño, al ser removida de la estructura que le presta sentido, el cuerpo. Encarna, asimismo, el camino sinuoso y laberíntico en el que Jeffrey y nosotros nos introduciremos a continuación.
Definitivamente, el pueblo no es tan bello y amable como aparentaba, puesto que al margen del suburbio los edificios derruidos y las fábricas se alzan entre la mugre y la desidia. Allí, en lo oculto, habitan personajes siniestros y perdidos, como Frank Booth (Dennis Hopper) y Dorothy Vallens (Isabella Rossellini). Jeffrey cruza la frontera de lo familiar, se sumerge en la sordidez que aparece en esta arista ignorada. Él se encuentra atraído por el universo inquietante que se despliega ante sus ojos; se halla “en el medio de un misterio”. Mientras que su madre y su tía, representantes de lo cotidiano y familiar, disfrutan de observar el misterio y el peligro a partir del confort de su hogar y la televisión (viendo films de suspenso), él se interna directamente, poniendo su cuerpo frente a lo desconocido.

También se contraponen el día y la noche; la luminosidad y la oscuridad representan la cara visible, buena y edulcorada frente a la oculta, amenazadora y perversa. La sentencia en boca de Frank “ahora oscureció” (“now it's dark”) para anunciar la locura, y el sueño de Sandy (Laura Dern) donde la oscuridad representa la tristeza en el mundo (“and the world was dark because there weren't any robins and the robins represented love”) se complementan con los fundidos en negro que cierran las secuencias nocturnas, invadidas de personajes extraños que no pueden identificarse dentro de la ley que establece lo “normal”. Dorothy, Frank y sus amigos, son figuras que se ubican al margen de la lógica cultural del pueblo. Están fuera de la esfera de lo correcto y fuera de la ley.
Contrariamente la jornada soleada despliega un ambiente tranquilizador, habitado por jóvenes y adultos que encarnan la tradición del modo de vida americano.
Sin embargo, lo interesante resulta de la combinación de ambos universos; al observar cómo actúan aquellos sujetos que traspasan la frontera. Jeffrey escapa a la norma al ingresar ilegalmente a la vivienda de Dorothy. Esta alcanza salir de su condena para encarnar una madre cariñosa, que juega con su hijo en el parque. De esta forma, encontramos personajes que escapan a la convención y la estereotipia superficial.


Finalmente, el misterio es resuelto, la oscuridad es desbaratada por el sol y los petirrojos; las flores brillan y los personajes sonríen. Logramos escapar de la oreja que nos atrapó en el comienzo. Lo sombrío es sustituido por el optimismo que abunda en la secuencia final.
Sin embargo, el espectador no puede eliminar de sí mismo la turbación y desazón con la rapidez del disparo de una bala… comprendemos que aquél mundo no ha desaparecido y que acecha la cotidianeidad, bajo la máscara de la perfección.

“I guess it means that there is trouble until the robins come”

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