sábado, 30 de julio de 2011

Kids Return (1996), de Takeshi Kitano


Cuenta conmigo

Takeshi Kitano, una vez más, nos introduce en un universo complejo, habitado por personajes igualmente elaborados, que exponen su integridad para resolver sus identidades. Como muchas de sus obras, puede ser interpretada de forma lineal, considerándolo un film sobre dos jóvenes descarriados, o podemos, a partir de una lectura más profunda e intensa, encontrar planteos existenciales sobre el hombre y una crítica a su sociedad. Él nos invita a sumergirnos e identificarnos directamente con sus personajes, entendiendo su densidad dramática, para comprender sus motivaciones y dificultades, sus angustias y temores.

Desde el título encontramos una clara referencia a la condición de los personajes. Se trata de jóvenes, que transitan su adolescencia fantaseando y frustrando sus posibilidades de éxito y emergencia; jóvenes sin guía, influenciables e inseguros.
Los protagonistas encarnan perfectamente aquélla condición. Son dos muchachos con pocas aspiraciones, totalmente desmotivados y desalentados. Constituyen una pareja despareja. En principio conocemos a Shinji (Masanobu Ando), un adolescente sumiso, de bajo perfil, callado y dependiente. Masaru (Ken Kaneko), de carácter agresivo y dominante, aunque con mayores ambiciones y expectativas que aquél, completa el par. Entre ambos se establece una dinámica cargada de afectuosidad y respeto mutuo, a pesar de ser ambos “perdedores”; una fidelidad que persiste inagotable.
Si bien el film muestra y desarrolla otros personajes (también conformando pares, como los comediantes, la mesera y el taxista, los matones, etc.) es la pareja mencionada el núcleo protagónico absoluto. Ellos encarnan la estructura narrativa, dual y circular, del film.
La primera parte de la película está representada por sus juegos, abusos y costumbres juntos; dos amigos aparentemente inseparables. Sin embargo, continúan caminos diferentes al momento de definir sus destinos: Shinji se dedica al boxeo profesional, mientras que Masaru se interna en una organización Yakuza.
Aunque aparentan ser sendas opuestas, en verdad se trata de vías que se espejan: ambos resultan microcosmos signados por la violencia, la trampa y los vicios. Nuevamente, encontramos el juego de dúos, sólo figurando las diferencias. Al igual que nuestros protagonistas, tan diferentes a primera vista, pero en el fondo igualmente decepcionados y perdidos en esa apatía general que los adultos les transmiten. Los dos ascienden velozmente, sólo para descender aún más rápido, a partir de un gran error. A través de un brillante montaje paralelo Kitano los reúne nuevamente, para compartir el fracaso y la derrota.
Sus vidas y actividades penden, asimismo, entre dos polos aparentemente opuestos: la agresividad y la inocencia. Entre las palizas y los paseos en bicicleta, ambos se acompañan con fidelidad y compromiso. La violencia que ejercen resulta una reacción directa al abandono de los adultos. Esa ausencia acompaña a los personajes, plasmándose en los planos vacios que observamos, sin ninguna justificación narrativa aparente. Sin embargo, es en el contraste entre los éstos y los planos habitados por los jóvenes, donde se construye esa idea de abandono y desidia absoluta. Las familias nunca se presentan, permanecen en el desconocimiento absoluto, puesto que no hay referencia alguna. Los profesores auguran un futuro marcado por la mediocridad y la insignificancia; sus mentores muestran mayor preocupación, pero se encuentran instalados en sus amargos sistemas. Ambos se encuentran solos; sin ninguna guía que los oriente o encamine.

Esta coexistencia de opuestos, su complementariedad, se encuentra siempre presente en el cine de Takeshi Kitano. Él no juzga a sus personajes, no cae en divisiones maniqueas entre buenos y malos, santos o demonios. Las personalidades que construye poseen matices contradictorios, rasgos contrapuestos, como en este caso de cariño y violencia. Todos sus personajes están delineados con los mismos trazos.
Es por eso que nosotros tampoco los sentenciamos; sentimos compasión por ellos. Lamentamos su visión desencantada de la vida… hasta que se montan una vez más en la bicicleta y parecen reencontrar la esperanza en una sociedad que los avasalla y los golpea, sin lograr acabarlos.


“Shinji: Masaru, do you think we're already finished?
Masaru: Hell no. We haven't even started.”

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