miércoles, 27 de julio de 2011

El recuento de los daños (2010), de Inés de Oliveira Cézar


Bebiendo de las fuentes originarias

“… aunque tú tienes vista, no ves en qué grado
de desgracia te encuentras ni dónde habitas
ni con quiénes transcurre tu vida.
¿Acaso conoces de quiénes desciendes?...” (Tiresias)


Inés de Oliveira Cézar acude nuevamente a la mitología, como en su trabajo anterior, Extranjera, donde realizó una adaptación libre de Ifigenia en Áulide de Eurípides. En este caso, traslada la tragedia de Edipo a la Argentina y a la actualidad. Un joven regresa a su ciudad natal. Sin quererlo, es responsable de un accidente en el cual muere un hombre. Se incorpora a una empresa y entra en contacto con los dueños, dos hermanos. Ella viuda, cabeza del emporio. Desde la llegada del joven, el equilibrio familiar entra en crisis. Se ciñe sobre ellos la desgracia.

Parecería que el joven y la mujer no pueden resistirse. No existen demasiados motivos para que establezcan una relación apasionada, como lo hacen. Él es mucho más joven; ella recién ha enviudado. Sin embargo, el vínculo se efectúa, se fortalece, y sus protagonistas sucumben en una relación que se construye entre lo visible y lo invisible.
Evidentemente, el eje de la visibilidad cruza todo el relato. Los amantes no se conocen; no saben nada el uno del otro y sólo por eso pueden estar juntos. De facto, al momento en que comienzan a conocer más acerca del otro, sólo resta separarse. Sin embargo, esto no lo sabemos; sólo lo suponemos. Lo que nos conduce al otro actor en éste juego de (in)visibilidad: el espectador. No conoce más que los personajes; incluso, conoce bastante menos. Sólo se entera de lo que sucede, limitadamente, puesto que su cognición resulta constantemente vedada.
El espectador se construye como un testigo, no privilegiado, del drama que se desencadena dentro de la familia. Se perfila a la distancia; su visión obturada por el capricho de la cámara; la audición obstruida por la aparición de “ruidos” que le impiden oír aquello que los personajes discuten.
De esta manera, nunca disponemos del saber absoluto. Incluso al final. Sólo contamos con el saber fragmentado que la narración nos entrega. Y, como decíamos al principio, sólo podemos imaginar el desenlace, al cual tampoco tenemos acceso.
Por otro lado, todo el film se construye desde aquélla distancia. No únicamente la focalización, el encuadre o la ubicación de la cámara. Las actuaciones resultan igualmente distantes, frías, despersonalizadas. Los actores no dramatizan sus personajes, sino que parecieran narrarlos; construirlos desde afuera. Eva Bianco genera otra percepción y parece la más humana de ellos, al otorgarnos pequeños matices de emotividad.
Evidentemente, se trata de una decisión estética por parte de Oliveira César. Aunque cuesta comprender su fundamento. Podríamos creer que el objetivo de aquél distanciamiento apuntaría a impedir la identificación con los personajes – lo que sucede- para que el espectador puede establecer una visión crítica y lo suficientemente aguda frente a la densidad del asunto narrado. La artificiosidad de las actuaciones, la fragmentación de la narración, pueden justificarse desde la determinación de su demiurgo. Tratarse de una elección estética, lo justifica. No obstante, aquéllas elecciones determinan la construcción de una historia que no alcanza al verosímil. La narración adolece de coherencia argumental. Los acontecimientos de la historia no se enlazan; simplemente se yuxtaponen.
Si bien la narración puede dejar espacios en blanco, o aspectos desconocidos para el espectador, sin poner en riesgo la estabilidad de un relato, esto no sucede aquí. Los acontecimientos no se explicitan, pero tampoco pueden ser supuestos por el espectador. Carece de solidez el relato, a partir la falta de cohesión o causalidad de los acontecimientos. Nunca nos enteramos por qué el hermano desconfía del origen del joven; ni cómo éste se entera de su verdadera identidad, entre otras cosas.
Evidentemente, Inés de Oliveira Cézar deseaba narrar esta historia tan particular de la forma en que lo hizo; quizá, sólo mostrándonos lo que consideraba pertinente para su objetivo.
Sí podemos cuestionar la eficacia aquélla elección, según la recepción de cada espectador. Tratar uno de los tabúes más grandes de la cultura occidental, el incesto, junto a un tema traumático como la apropiación de niños durante la última dictadura argentina, resulta un desafío complejo. Presentarlo con semejante frialdad es lo que resulta incómodo. Las heridas de aquélla etapa nefasta aún no se han cerrado, los daños no pueden recontarse. Por tanto, el desapego con el que se esgrime la historia, genera ciertas inquietudes.

Estos personajes sin nombres nos brindan el espacio para adherirles los de Yocasta y Edipo. Su historia se construye propia y nacional. Su desenlace, permanece inasible.

En el relato de Sófocles Edipo se enceguece tras la visión de lo insoportable. En el de Oliveira se duda si los personajes alcanzan a “ver”…

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