sábado, 30 de julio de 2011

Francia (2010), de Adrián Caetano


Lo primero es la familia

Adrián Caetano vuelve a introducirnos en el universo familiar, como lo había hecho en Un oso rojo (2002). En ambos casos, se trata de familias disfuncionales- compuestas por padre/madre/hija- con grandes dificultades y limitaciones. Sin embargo, mientras que en aquél film la pareja protagonista, Villamil/Chávez, fracasaba y caía en un sórdido e irreversible desenlace; aquí, la dupla Oreiro/Delgado parece encontrar la forma de salir adelante a pesar de las numerosas dificultades que la asedian.

Cristina (Natalia Oreiro) y Carlos (Lautaro Delgado) son los padres- separados- de Mariana (Milagros Caetano), una chica con problemas de aprendizaje y conducta. Ellos también cuentan con complicaciones propias: el desempleo, la violencia, la falta de dinero, los fracasos amorosos… muchos inconvenientes acumulados. Sin embargo, aceptan convivir bajo el mismo techo con la esperanza de que las cosas entre ellos funcionen armónicamente, además de darles una mínima holgura económica.
Como es de esperar, las cosas no funcionan como deseaban; pero la experiencia permite establecer y afianzar vínculos entre los integrantes de una familia, que de otra forma, sólo se hubiese alejado más.
Carlos es un hombre callado, introvertido y, aparentemente, violento. Antes de mudarse pasaba poco tiempo con su hija intentado reparar su ausencia consintiendo y malcriándola. Cristina, también reservada, pero con una resistencia y entereza que aquél carece, intenta encaminar a Mariana dentro de la escuela; asiste a todas las reuniones de padres y escucha atentamente los consejos y demandas de un colegio que poco comprende la inteligencia y sensibilidad de su hija. Mariana -o Gloria, como ella prefiere llamarse- piensa y sueña; construye un mundo propio, al que accede cada vez que pone play en su discman, evadiendo una realidad que detesta.
La convivencia los expone a tensiones y roces que despiertan malestares en los tres, pero que también resultan indispensables para sentirse cerca, unidos; para que se sientan una familia.
El amor es el elemento nuclear en la re-configuración familiar. Un tipo de amor plagado de dificultades, pero compensado por la perseverancia y el deseo de mejorar. Carlos teme ser un mal padre y reconoce, finalmente, que el afecto compartido es lo único que puede unirlo con su hija. Cristina se muestra reacia e imperturbable; una mujer de acero, que no puede evitar deshacerse en lágrimas al afrontar que, nuevamente, sus esperanzas se extinguen. Mariana sufre porque se siente ajena al mundo donde circula, hasta que encuentra otro al cual incorporarse. Finalmente, los tres descubren un universo que, si bien dista de ser perfecto, al menos les permite ser felices.
Caetano concluye así, en un happy ending optimista, que pretende contagiar al espectador. Sin embargo, el relato no logra consolidarse lo suficiente como para sostener este desenlace. Si bien la historia gira en torno a la familia y sus integrantes, no se consigue una identificación lo suficientemente fuerte, por ciertas divergencias narrativas que, en vez de abonar aquella filiación, sólo parecen adornar lo que se cuenta -como la supuesta violencia de Carlos, un tema dramáticamente fuerte que sólo funciona como excusa para la “mudanza”.

El personaje Daniel Valenzuela, el doctor Funes, además de entregar una cuota de humor que alivia y disminuye la tensión en el espectador, desdramatizando el relato, parece funcionar como portador del mensaje del film. Señala que no hay gente buena ni mala, sino que cada uno debe hacer lo que puede y disfrutar lo que tiene; sin juzgar a los demás. Esta es la lección que aprenden los tres protagonistas; la recompensa al final de un recorrido tan doloroso.

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